Aquel día con la reina Sofía

Aquella historia con la Reina Sofía me pasó en el año 1986, creo que no me equivoco. El otro día me la recordaron. Era militar aquel año, destinado en la primera Batería de Artillería del campamento de Viator y por eso, en primera persona, viví aquel momento. (Yo lo viví en primera persona y todos los que estábamos destinados en aquel cuartel, unos más de cerca, otros más de lejos)

Pero toda historia debe comenzar por el principio, si no se hace así, es más difícil de seguir. Todas las compañías del ejército suelen tener una cantina propia. En ella se ofrecía el suministro de cervezas, refrescos y bocadillos para las horas libres de la tarde, también para el descanso de media mañana. Los precios de la cantina de la Batería (Así es como se llama a la compañía cuando es de artillería, pero solo cambia el nombre, es lo mismo) eran sensiblemente más bajos que los de cualquier bar, por muy pocas pesetas te podías tomar un bocadillo más que correcto y una  bebida fresca. Aquel trasiego de bebidas y bocadillos, dejaba pocos beneficios, pero los que dejaba, cada capitán los usaba para mejorar en algo su compañía o batería. Unas cortinas, unos muebles, cambiaban los colchones de las literas, una televisión, etc. Mejoraban  la calidad de vida de los soldados con la ganancia de la cantina. Nuestros mandos tenían un objetivo desde hacía bastante tiempo. Los baños de nuestra batería estaban realmente mal, no se habían mejorado en años, muchos años. Otras compañías los habían reparado, pero los nuestros eran de los peores del campamento, con diferencia. Cuando decidieron que ya habían ahorrado, gracias a la cantina, lo suficiente para mejorarlos, empezaron la reforma. Como imaginaran, el dinero se destinó a la compra de materiales, la mano de obra la pusieron soldados, que en lugar de estar haciendo instrucción, dedicaban sus horas «laborales» a aquella tarea. Debo reconocer que no sé a quién se le ocurrió el diseño, pero una vez terminada la obra, la zona de lavabos parecía la de un aeropuerto de lujo (hasta macetas teníamos en los lavabos, un lujo que no se veía frecuentemente en las instalaciones del ejercito, lo aseguro), las letrinas desaparecieron dejando paso a unos inodoros de Roca y las duchas eran una bendición. La obra, por el gran resultado, sencillez y perfecto acabado, fue visitada por todo el campamento y se convirtió en el orgullo de nuestros mandos de aquellos tiempos.

Todo esta explicación previa viene a colación porque una madre, cansada de escuchar a su hijo, que estaba haciendo el servicio militar, lo mal que estaba todo, decidió mandar una carta a la Reina Sofía, sabedora  que ella, como madre, la escucharía y, quizás, hasta le ayudaría. Nunca sabremos las verdaderas intenciones de la madre. Sí que se sospechó que en su carta a la reina le comentaría, de pasada, que su hijo estaba prestando el servicio militar en nuestro campamento, más conocido por aquellas fechas como Álvarez de Sotomayor, concretamente en Viator, Almería.

¿Cómo llegamos a esta conclusión? Porque la Reina Sofía pidió comprobar, precisamente en el campamento de Viator, como vivían los soldados que estaban prestando su servicio militar. Ahora llega el momento de otra nueva aclaración. De vez en cuando se realizaba en todas las compañías un buen “zafarrancho de combate” (que era como decir, limpieza profunda, que viene la suegra) Imaginaros cuando nos avisaron que viene la reina a ver cómo viven los soldados. Limpiamos todo, pero todo, todo y como nunca. No se sabía si la reina diría de entrar libremente a revisar esto o aquello, de manera que estaba todo limpísimo. Hay que tener en cuenta que es un cuartel con muchísimos años. Una cosa que pasa en el ejército, es que no se tira nada, pero cuando digo nada, es nada. Entonces se presentó el problema. ¿Qué se hace con las taquillas viejas, o las literas oxidadas, esas mesas rotas, o las ruedas de camión que se tenían guardadas a “medio uso” por si las moscas? Alguien encontró la solución, “para que no se vean, por si decide mirar por todos los sitios, lo hemos subido al tejado de la compañía, con la precaución que desde la calle, no se vea nada”. Aquella solución corrió como la pólvora y pocas horas después, todos los objetos inservibles o a medio uso de todo el cuartel, estaban sobre los tejados de todos los edificios del campamento. Todo perfecto para la inspección de la reina.

Todos los soldados en el patio de armas, formados para recibir a la reina. Como en muchas otras ocasiones, tuve la suerte de estar en primera línea de la formación, por lo que pude ver el trasiego  y nerviosismos de los mandos. La reina, como madre, venía a ver como estaban “sus hijos”. Si algo no le gustaba, podría ser que rodaran algunas cabezas.

Cuando venía a nuestro cuartel algún visitante ilustre, ministro o alguien de la casa real, siempre llegaban en avión al aeropuerto de Almería,  en quince minutos o quizás menos, estaban ya entrando en el campamento en su coche oficial (siempre negro). Hay que recordar que en aquellos años, no se soñaba siquiera con un teléfono móvil. Los mando sabían que a las 11 llegaba la reina a pasar revista y allí estábamos todos, en descanso, pero formados, esperando que llegara aquel coche oficial. De pronto suena en la lejanía el ruido de un motor, los más curiosos miraban al sur del patio de armas, que era por donde debía entrar el coche oficial, esperando que nos mandaran firmes. Pero no se veía nada, ningún movimiento. El ruido del motor se hacía cada vez más claro, la reina estaba llegando. De pronto, todos miramos al cielo, la reina llegaba en helicóptero. Por primera vez habían decidido que el trayecto del aeropuerto al campamento no se realizaría en coche, seguramente por medidas de seguridad. Estábamos todos mirando aquel aparato blanco, cuando del centro de la formación, en la que podían estar  más de dos mil hombres, sonó una voz clara, que entendimos todos.

– ¡Dios! tenemos los tejados llenos de basura y mierda.

No hizo falta ninguna palabra más. Todos sabíamos que era cierto, habíamos dejado las compañías que se podía comer sopas donde quisiera, pero si la reina miraba desde el helicóptero, solo vería trastos en los tejados de todos los edificios. En Almería por el sol y las actividades militares, casi siempre al aire libre, todos los militares lucían normalmente una tez morena. Desde aquel momento, aquello parecía una procesión de zombis, todos estaban más blancos que el papel. Vaya carta de presentación.

Si la reina vio aquel espectáculo desde el helicóptero, no dijo nada, o por lo menos, nosotros no nos enteramos. Pasó revista a las tropas  y como en otras ocasiones  hizo su marido y  su hijo, entonces príncipe, en lugar de pasarla por el centro de la calle, pasó revista a un metro de las tropas. Cuando pasó a mi altura, a centímetros, creo que me sonrió, a mí y a todos, nos mostró su rostro amable. Aquella visita, más que como nuestra reina, la estaba realizando como madre preocupada. Rompieron filas y los soldados fueron a formar entonces frente a sus compañías, yo estaba con mi capitán, en nuestros flamantes baños. Mientras tanto, la reina pasaba revista para comprobar las instalaciones. Decidieron mostrarle como vivían los soldados, para ello, escogieron mostrarle las camaretas (las habitaciones donde estaban las literas y taquillas de los soldados) de las compañías que, por supuesto, las tenían recién mejoradas. Lo mismo con las salas de descanso y otras estancias. Unas en esta compañía, otras en aquella. Cuando decidieron mostrarle los baños, nuestra reina paso revista a los nuestros, se quedó impresionada, estaban nuevos (¡Como que no tenían ni dos meses!), yo estaba presente cuando se dio una vuelta por los lavabos, sonreía y comentaba todo, nos felicitó por lo bien que teníamos los baños. La acompañaron a ver otra cosa y finalmente, pudo comprobar el menú que se ofrecía en el comedor, como ya estaréis imaginando, aquel día la comida fue de las mejores que se disfrutó nunca en aquel cuartel.

Cuando se marchó en el helicóptero, más de uno rezó por que no volviera a mirar a los tejados, que no fuese la imagen de los trastos escondidos, la última imagen que recordara de aquella visita. Por lo menos, no llego ninguna reprimenda por aquel día, solo la orden de que los techos debían estar totalmente desalojados, lo que se hizo en horas.

Han pasado treinta años, de aquel día tengo ya algún recuerdo borroso, pienso que  no me he equivocado mucho, sinceramente creo que en poco. Espero que te haya gustado una de mis batallitas, si es así, hazme el favor de compartirla con los botones de abajo, comenta tambien que te parece. Mil gracias por llegar hasta aquí.

Como siempre, desearos lo mejor, nos vemos pronto.

(Entrada actualizada

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