Ya he contado alguna de mis batallitas en el ejército, en alguna ya he tocado el tema de algunas maniobras que hacíamos, las de supervivencia. Eran divertidas, nos pasábamos unos días “jugando” a ser capaces de orientarnos, o juegos de guerra donde unos defendían un punto, otros lo atacaban, había que realizar marchas de orientación, fabricábamos nuestro pan, cosas por el estilo.
Recuerdo unas maniobras en la zona de Fernán Pérez, decidieron ponerme de jefe de pelotón, tampoco era la primera vez, llevaba a mi cargo siete u ocho soldados. Lejos de ser una desventaja, ya que el resto de pelotones solían estar al mando de un sargento, los soldados, si podían, querían venir conmigo, porque yo estaba especializado en topografía, tenía esa ventaja, también era más relajado ir conmigo que ir con sargento, bastante más serio en todo que yo. Además de no perdernos, llegábamos a los puntos de destino con tiempo para descansar. Normalmente en esos puntos, los de destino de las marchas, era donde nos traían la comida, la cena o el desayuno. Ya había aleccionado a mis compañeros de maniobras, siempre había que decir que acabamos de llegar, hace diez o quince minutos. No vaya a ser que nos lo pusieran más lejos, o complicados, la próxima vez.
Los mandos pensaban que sufríamos mucho, pero, la verdad es que era como una excursión, siempre que realizábamos las maniobras por aquella zona. Supervivencia pensaban nuestros mandos. Si, si. Si pasábamos junto a un invernadero, siempre había alguna mujer que tenía un hijo haciendo la mili, tomar sandias, o tomates, melones o lo que sea, para que os refresquéis. Cuando nos dábamos cuenta, cada uno llevaba una o dos sandias, del tamaño de un balón de futbol, debajo del brazo. También esperábamos cerca de un cortijo, a que viniese el panadero, con su furgoneta, pitando, lo parábamos y comprábamos bollos o pan. Vamos, que nos buscábamos la vida, como no podía ser de otra forma.
No era frecuente, pero alguna vez coincidíamos con otros militares en la misma zona de maniobras. Pero cada uno iba a su objetivo, ya que no eran conjuntas. Aquellas maniobras nosotros íbamos por libre, lo normal en estos casos, de vez en cuando nos cruzábamos con algún pelotón de legionarios, nosotros andando tranquilamente a nuestro rollo, ellos corriendo a paso ligero. Adiós, adiós. Nos habíamos cruzado con un pelotón que iba al mando de un sargento rubio, con una poblada barba, varias veces. Siempre nos saludamos correctamente, nosotros a nuestro aire, ellos corriendo de un lado para otro.
En un momento dado, nos ponemos a descansar debajo de una higuera, todos medio tumbados, ya habíamos llegado al destino donde nos darían la cena, estaba a unos cien metros por aquel camino, por lo menos con tres horas de adelanto, habíamos hecho una caminata de unos veinte kilómetros. Nos merecíamos un buen descanso, llevaba cada soldado una o dos sandias de tamaño extra grande. Alguno había abierto la suya, la compartía, de esa manera ya no la llevaría a cuestas, cuando apareció el Sargento rubio de barbas con su pelotón a la carrera. Alto. Me saluda y le devuelvo el saludo. Buenas tardes. Buenas. ¿Podemos parar un momento con vosotros aquí a la sombra? Pues claro, le digo. Los legionarios no se lo creían, descansar un momento a la sombra, cuando les ofrecimos sandias recién recogidas, realmente disfrutaron de ellas. Fue una fiesta para los legionarios.
Mientras tanto, el sargento me preguntaba cosas que él no entendía.
- ¿Aquí ponen al mando de un pelotón a un cabo primero?
- Pues sí, es bastante frecuente.
- Y, ¿no te pierdes?
- No, soy topógrafo, tengo bastante claro el funcionamiento de los mapas.
- ¿Es que os dejan mapas?
- ¡Claro!
- ¡Ah! Yo tengo solo la brújula, me cuesta mucho llegar a los sitios, además, tenemos prohibido hablar con nadie, si mi capitán nos pillara con vosotros, tendría un problema.
- Tranquilo, por nosotros no se enterará. Ven. — le mostré mi mapa, para que se orientara un poco por la zona.
- Lo que yo daría por tener un mapa como este.
- Te puedo hacer uno de supervivencia. — le dije.
- ¿Cómo?
- ¿Tienes un pañuelo?
- Sí.
- Pues déjamelo.
Cogí su pañuelo, lo puse encima de mi mapa, le marque el norte (importantísimo para poder orientarse después) calqué los caminos más importantes, las cortijadas, los pueblos, de manera que le hice un mapa de supervivencia en un plis, plas. El sargento me lo agradeció mucho, nos pidió a todos que mantuviésemos en secreto nuestro encuentro. Como habían llegado, se fueron, a paso ligero, corriendo.
Después de aquel encuentro, nos los cruzamos un par de veces más, desde lejos el sargento nos saludaba y me mandaba un gesto con el pulgar hacia arriba. En una de nuestras marchas de orientación, nos cruzamos con un land rover militar que se paró a nuestro lado, en aquel momento marchábamos por aquel camino en fila de a uno. Menos mal que no llevábamos sandias, ni bollos en las manos. Era el capitán de la legión. Le saludo con las formulas de rigor, pero él me pregunta directamente.
- ¿Eres tú el jefe de pelotón?
- Sí, mi capitán.
- ¿Un cabo primero?
- Sí, mi capitán. — ¡Qué manía tenía todo el mundo con que un cabo primero fuera jefe de un pelotón!
- ¿Has visto a unos legionarios?
- Sí, mi capitán. Durante estas maniobras nos hemos cruzado en alguna ocasión con algún pelotón de legionarios, siempre van a paso ligero.
- ¿Has confraternizado con ellos?
- Solo gestos de saludo, de cortesía, mi capitán.
- Vale, por cierto, ¿sabes dónde está el cortijo de los Frailes?
- Sí mi capitán. — Veníamos de allí, era donde nos habían dado el desayuno, se lo explique al capitán, no parecía muy contento por tener que pedirme ayuda, pero se marchó por donde le dije.
Aquellas maniobras solían empezar un lunes y terminar un viernes. Llegamos al cuartel, afortunadamente no tenia servicio y me fui a pasar el fin de semana a casa. Al regresar el lunes, me llama un sargento de mi batería. Oye, ha pasado un sargento legionario que te conoce. ¿Uno rubio con barba? Ese mismo, te ha dejado un paquete. Sorpresa, desde luego no me lo esperaba. Cuando abrí el paquete me encontré con unos cartones de Winston y dos botellas de whisky. Una hoja con la palabra gracias y el pañuelo que había convertido en mapa de supervivencia. Me pareció un regalo magnifico, a pesar de que entonces no bebía nada, tampoco fumaba. Repartí el tabaco y las botellas con los soldados que formaron parte de aquel pelotón, les pareció un trueque generoso a cambio de parte de aquellas sandias. Ellos pensaron que el regalo de los legionarios venia por compartir las sandias. Nadie supo nunca lo del pañuelo, solo el sargento y yo. Bueno, ahora, vosotros también.
Muchas gracias por llegar hasta aquí, ya puestos, si puedes y te apetece, comparte el enlace de este artículo con los botones de abajo, para conseguir la mayor difusión posible.
Como siempre, desearos lo mejor, nos vemos pronto.
Es un buen ejemplo de eso que dice «haz el bien y no mires a quién»
Me gustaLe gusta a 1 persona