Ibiza, ese “divino” paraíso

Existió un tiempo, lejano ya, en el que uno podía disfrutar de algún que otro capricho. Uno, del que tengo un especial recuerdo, fue el de un viaje inolvidable a Ibiza. La isla que a mi me enamoró, y comentándolo con mucha gente, también a muchos otros, es la Ibiza desconocida, la del interior, las calas, el norte, no la de las fiestas interminables, discotecas imposibles, que también tendrán su publico, no digo que no. Pero a mí, la que me cautivó fue la otra Ibiza, la que no suele salir en la televisión.

Ocurrió que, de alguna manera, nos llego una oferta de un hotel rural, recién inaugurado, que por ese mismo motivo ofrecía sus habitaciones a un precio mas que correcto. Con unos amigos nos apuntamos a aquel viaje, solo serian tres noches, intentaríamos que fueran completas. Como no podía ser de otra manera, algo nos pasó que convirtió aquel viaje en memorable. Llegamos a la isla por la mañana, el obligatorio coche de alquiler y, rápidamente, al centro de la isla, al hotel rural, recién inaugurado y con un encanto especial. Para llegar a aquel sitio, pasamos por la puerta de un restaurante, entonces tan en boga, que lo acabábamos de ver en la revista del avión, recomendándolo por ser un sitio maravilloso, al que iban todos los famosos, que se preciaban de serlo, recuerdo que en la revista se veían fotos de Brad Pitt y de Michael Douglas, pero aquel sitio nos parecía inalcanzable para nosotros.

Aquel primer día fue de relax y disfrute de la piscina, solo para nosotros, cenamos en un restaurante recomendado, muy bien. Segundo día, recorrido por el norte de la isla, conociendo calas paradisiacas y playas de ensueño. Comimos en un restaurante situado en una cala de película, prácticamente sobre las olas. Por aquellas carreteras vimos un restaurante perdido entre las montañas y arboledas que, aunque no se vean en la televisión, llenan el interior de la isla. Aquel restaurante nos llamó la atención, reservamos para cenar. Cuando llegamos, ya de noche, resulto que las dos parejas seriamos los únicos comensales de aquella noche. Uffffff. Nos temíamos lo peor, pero, a lo hecho, pecho. Podíamos elegir la mesa que quisiéramos, escogimos una en el porche, al aire libre. Sin embargo, pese a nuestros temores, la velada fue magnifica. Los platos estupendos, el servicio perfecto, el coste económico, no entendíamos como estábamos solos en aquel paraíso. Al día siguiente nos decidimos a pasar la mañana recorriendo la isla, alguna parte que no habíamos visitado. Nos divertimos conociendo el mercadillo hippie de Las Dalias, donde podías comprar cosas que no se veían en ningún otro sitio.

Al regresar al hotel, volvimos a pasar frente a la puerta de aquel restaurante recomendado en la revista del avión. La verdad, hasta aquel momento, nos habíamos ajustado bien al presupuesto inicial, incluso íbamos por debajo, no habíamos cometido ningún despilfarro, nos reímos, venga, que nos lo merecemos, vamos a darnos un homenaje. Total, que paramos el coche, nos acercamos al restaurante, que a partir de ahora llamaré de Los Divinos, porque estaban preparando para servir la cena y, ¡Oh! ¡Sorpresa! Todos los chicos y chicas que estaban trabajando parecían modelos de revista, estaban divinos ellos, y divinas ellas. Nos parecía irreal que aquella gente tan guapa fuera la que trabajaba allí. En las paredes que vimos mientras apuntaban nuestra reserva, había fotos de muchos famosos, algunos repetían, se veían con distintas ropas, venían a menudo. Ya con la reserva confirmada, nos fuimos para el hotel. Aquella cena, en aquel restaurante seria la guinda perfecta para finalizar el viaje, la mañana siguiente sería la de la despedida de la isla.

Había que vestirse para la ocasión, ¿os imagináis que coincidiéramos con algún famoso? Teníamos que prepararnos para acudir como si fuéramos clientes habituales de aquel sitio, había que ponerse a la altura de los divinos y divinas que allí trabajaban. Por la noche, imponentes nosotros, acudimos a nuestra cita. Primer punto. Aparcacoches. Lo siento pero, habitualmente, yo me busco el aparcamiento. Aquella noche tenía que ser especial, y lo fue. Decidimos actuar como si fuera lo habitual para nosotros. “Aquí tiene su ficha”, me guardé aquel resguardo y un divino, que podía ser Conan el Bárbaro se llevo nuestro Opel Corsa de alquiler, todos nos fijamos en el semblante de aquel hombre, parecía como aburrido y cansado, no le prestamos mas atención. Mucha gente, movimiento de divinos y divinas por cualquier sitio, todos vestidos de blanco, con prendas minúsculas, que dejaban ver su moreno a cuerpo completo. Nosotros estábamos como pez que nada contracorriente, pero intentamos actuar como si estuviéramos habituados a movernos en ambientes como aquel.

“Claro que tenemos su reserva, estamos ultimando su mesa, mientras tanto, por favor, acompañen a mi compañera que el aperitivo se lo vamos a servir en la terraza, para que disfruten de las magnificas vistas a toda la isla desde allí”. En ese momento nos encontrábamos en fila de a uno, siguiendo a una joven divina, que vestía lo que parecía un minúsculo tocado griego o romano, inmaculadamente blanco. Nos dirige a una escalera de caracol que subía hasta la terraza, yo siempre he sido muy torpe en estas escaleras, avanzaba justo detrás de la divina y mi mirada estaba fija en los peldaños, cuando mi compañero me da un toque, “¿Qué quieres?” me dice que mire para arriba. Entonces me fijo en la sonrisa también de nuestras parejas, miro hacia arriba y allí estaba, la prueba fehaciente de dos cosas. La primera es que nuestra divina, la que nos llevaba a la terraza, tomaba el sol completamente desnuda. La segunda, según mi deducción, es que la pobre no tenía suficiente para comprar prendas íntimas, lo digo porque no llevaba. Sin mucho esfuerzo se podía ver la anatomía completa de la divina en cuestión, a lo largo de la velada, pudimos comprobar que no había divina que comprara ropa a Victoria Secret, ni a ninguna otra marca.

Con la sonrisa en nuestros rostros, tomamos el aperitivo en aquella terraza, desde la que, efectivamente, se disfrutaba de una vista perfecta a toda la isla. La noche era espectacular, el cielo mostraba todo su esplendor, sin guardarse ni una de sus estrellas. Comentamos mientras tomábamos un aperitivo lo poco que tapaban los uniformes de aquellos divinos y divinas, echando unas risas. Un divino, esta vez, nos dijo que nuestra mesa estaba ya preparada y se ofreció a acompañarnos. Nos dirigió a una de las esquinas de la sala del comedor. Conforme cruzábamos el restaurante, nos dimos cuenta de que también los clientes parecían divinas y divinos. Estábamos rodeados, excepto la mesa que estaba a nuestro lado (que también parecía gente normal) allí todo el mundo era divino de la muerte. El blanco era el color predominante en todos los vestuarios, excepto en nuestra mesa y la de nuestros vecinos. No le presté más atención al detalle de la vestimenta, pedimos unos  platos al centro para compartir. La carta parecía bastante sencilla, los platos eran bastante simples, eso sí, el precio de cada uno era también divino. El precio de los vinos, desconocidos la mayoría, nos convenció de lo aconsejable que era tomar una cervecita fresquita para cenar. Éramos dos parejas, pedimos ocho platos para compartir, comenzaron los divinos a traernos la cena. Nuestros vecinos, los normales, llevaban su mesa más adelantada que la nuestra, ya estaban con los cafés. Los platos que nos pusieron, tenían menos cantidad que cualquier tapa pequeña de las que podemos disfrutar en Almería. No voy a entrar en la calidad de los mismos, solo puedo deciros que no nos gustó ninguno. Después de aquellos platos, los divinos limpian la mesa, que si queremos postre. Nos miramos, después de aquella cena, nadie quería intentar probar lo que era capaz de realizar aquella cocina como postre. Nos dice que si queremos algún café. Nuestros vecinos, los normales, nos hacen vivos gestos con la cabeza de negación, abriendo mucho sus ojos. Les decimos que mejor no. Sin más, el divino que nos había preguntado, nos dice que nos trae la cuenta, que necesitaban la mesa para montarla. Nos quedamos perplejos, pero trajeron la cuenta rapidísimamente. Cerca de quinientos Aurelios, que se dice pronto. Sin postres, cafés, ni copas. Todo el buen humor que teníamos se esfumó al momento. Cuando nos levantamos para irnos, la otra mesa de normales, nos despide con rostros de resignación, de verdad que me dio lastima dejarlos abandonados a su suerte.

En la salida, el aburrido Conan, recoge nuestra ficha y al poco aparece con nuestro Opel Corsa. Al bajarse para dejarme conducir, me dice, “Lo siento, ¿ve aquel bar de enfrente?”, “¡pues si!”, “Hace unos bocadillos de jamón y queso espectaculares, ¡y baratos!” Efectivamente, hicimos caso a nuestro aburrido aparcacoches, compramos unos bocadillos que nos comimos en la terraza del hotel. Después de analizar minuciosamente aquella cena, estaba claro que a falta de servir comida, lo que se pagaba, era el servicio de los divinos. Al día siguiente abandonamos la isla, de la que, a pesar de la ultima cena, siempre guardare un imborrable y grato recuerdo.

Muchas gracias por llegar hasta aquí, ya puestos, si puedes y te apetece, comparte el enlace de este artículo con los botones de abajo, para conseguir la mayor difusión posible.

Como siempre, desearos lo mejor, nos vemos pronto.

divinos

4 Comments

  1. Esta es otra de «las apariencias engañan» y apuesto a que disfrutasteis más con el bocata en la terraza que con los divinos, por moré de que la vista…. habría disfrutado.

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