¿Tiempo o conocimiento?

Llevan tiempo diciéndome que deje en el blog, además de mis historias, mis opiniones o pensamientos sobre uno u otro tema. Todavía no había encontrado ningún tema que me llamase la atención. Pero el otro día estaba hablando con un buen profesional, además de amigo. Surgió un tema que me gustó. El tema del valor de los trabajos.

Este mundo que vivimos nos acostumbra a valorar todo por tiempo. El valor ha pasado de ser una cosa intangible a una medida de valor. Tantos minutos es igual a tantos euros.  En la conversación que os comento, este hombre se quejaba de que le habían metido prisa para terminar un trabajo, lo había hecho en un tiempo record, el cliente, en lugar de agradecerle que le había salvado de una buena, le recriminó el coste de su trabajo. No por la calidad del mismo, si no porque si le había costado tan poco tiempo, no podía cobrarle mucho. Entonces le recordé la historia de Manolo el Viejo. Como soy un contador de historias, os la cuento.

Llegó un gran barco, de estos porta-contenedores con una avería en su motor principal a un puerto. Cada hora que el barco estaba en el puerto le costaba un dinero, una buena cantidad de dinero. Por eso, el jefe de mantenimiento de la empresa propietaria del barco necesitaba reparar aquel pedazo de motor. Un empleado del puerto, le dijo, “Yo llamaría a Manolo el Viejo”, pero aquel jefe se rió para sus adentros de la ocurrencia, en su lugar llamó al servicio técnico especializado, llegaron cuatro mecánicos especialistas, conectaron sus ordenadores, revisaron mil cosas, pero cuando probaron a poner en marcha aquel motor, el motor hizo dos ruidos raros, nada más. “Será cosa de la electrónica”. El empleado volvió a decirle a su jefe “Yo habría llamado a Manolo el Viejo”, este ya no se reía, estaba enfadado, cada minuto le costaba  mucho dinero, una hora de aquel barco parado suponía miles de euros. Cogió el teléfono y llamó a unos especialistas en electrónica de motores. Una gran furgoneta llegó al puerto, cuatro especialistas, cada uno con un equipo complejísimo, se subieron al barco y comenzaron a revisar toda la electrónica del motor. Después de un buen rato, le dijeron que la electrónica estaba perfecta, que probaran a ponerlo en marcha. Probaron, pero el motor hizo dos ruidos raros, nada más. Aquellos especialistas dijeron. “La avería está en otra parte. Debe ser cosa del combustible”. El empleado, que estaba por allí, comenzó a decir “Yo …”, pero no dijo nada más, la mirada del jefe le hizo enmudecer. En su cabeza solo había números, cada vez más grandes, de lo que equivalía la avería de aquel motor. Una llamada más, al cabo de un buen rato aparecieron cuatro especialistas que comprobaron combustible, admisión del motor,  no se sabe cuántas cosas más. Cuando, horas después, lo habían comprobado todo, pidieron que lo pusieran en marcha, pero al intentarlo, el motor solo hizo dos ruidos raros, nada más. “Mire usted, no sabemos que puede ser, pero no es de lo que nosotros tocamos, desde  luego”.

El jefe estaba ya negro. El empleado no dijo nada, silbaba. Pero como no tenía ya a quien llamar y cada minuto que pasaba, la cifra subía, le dijo “llama a Manolo el Viejo, a ver qué pasa, mientras se me ocurre algo que nos saque de esta”. El empleado  corrió a saber donde,  a los pocos minutos apareció una vieja furgoneta Citroën dos caballos, que tenia pintado en sus costados un gran letrero que decía “Manolo el Viejo” y debajo, cruzadas, como las tibias de la carabela pirata, una llave inglesa y un martillo. De aquella furgoneta se bajo un viejo mecánico, con una mata enmarañada de cabello blanco que se escapaba de una gorra publicitaria, enfundado en un mono que, algún día, fue azul marino. En una mano llevaba la llave inglesa, en la otra un martillo. El empleado le dijo que el motor no arrancaba, Manolo el Viejo se fue al motor, tocaba esto, miraba aquello, le dio una vuelta completa a aquella mole, como no quedo conforme del todo, le dio otra vuelta más al motor, pidió que lo intentaran poner en marcha. El motor hizo dos ruidos raros, pero nada más. El dijo, “Hummmmm”, se dirigió a un costado del motor, con su martillo dio dos golpes suaves y pidió que intentaran ponerlo en marcha. El jefe en aquel momento abrió sus ojos inyectados en sangre, el empleado sonreía, pero al intentar poner el motor en marcha, un tremendo rugido sonó en la sala de maquinas, al instante el motor estaba ronroneando.

El jefe no se lo quería creer, pero lo había visto con sus propios ojos. El empleado silbaba otra vez, con una gran sonrisa en su rostro. Manolo el Viejo, con su llave inglesa y su martillo se iba del barco, con la tranquilidad del trabajo bien hecho. El jefe le paró y le dijo “Muchas gracias, ha puesto usted el motor en marcha, ¿Cuánto le debo?”. El viejo mecánico, torció su boca, se quitó su gorra, se rascó aquella mata de pelo, pensó un poco y le dijo “Diez mil”, el jefe de mantenimiento se quedó sorprendido, y le contestó “Solo ha dado un par de vueltas al motor y dos golpecitos con su martillo, me parece desproporcionado lo que pide, sin embargo, si me trae una factura donde me razone perfectamente porque me pide esa cantidad, se la pago al instante”. Manolo el Viejo, con mucha tranquilidad, le dijo “Mañana se la traigo”, se puso su gorra y se marchó en su furgoneta.

Al día siguiente, el barco ya se había ido con total normalidad para seguir su viaje, llegó el mecánico con su dos caballos, fue a la oficina del jefe de mantenimiento y le dio la factura. En aquella factura solo había dos conceptos, el primero decía así:

  • Dar dos vueltas al motor y usar suavemente el martillo, cinco euros.

El jefe sonrió, aquello le parecía correcto. Entonces leyó el segundo concepto de aquella factura.

  • Saber exactamente donde hay que usar el martillo, nueve mil novecientos noventa y cinco.

El jefe borró su sonrisa, volvió a leer aquel segundo concepto y comprendió que Manolo el Viejo tenía toda la razón. Le pago sus diez mil sin más dilación.

Esta historia, viene a resumir perfectamente el problema que hablaba con mi amigo, hoy reducimos todo a la unidad de tiempo, a los minutos. Valoramos las cosas por el tiempo que tardan en hacerlas, no por los conocimientos de quien la realiza. Un ejemplo muy fácil es el del amigo informático que todos tenemos. El ordenador nos falla y no podemos trabajar con él. Llamamos a nuestro amigo “que entiende”,  que sus buenos años de estudio le han costado entender del tema, llega, se sienta en el ordenador, limpia esto, cambia aquello, poco mas(a nuestro entender), y deja el ordenador funcionando como un reloj. Solo tenemos en cuenta que ha tardado un cuarto de hora, pero no valoramos los conocimientos adquiridos para primero detectar el problema, segundo, saber cómo solucionarlo, tercero, llevarlo a cabo. Lo mismo podríamos decir con abogados, médicos, fotógrafos, etc. No vemos, ni ponemos en valor, todo lo que hay detrás de cada profesional.

En Italia hay algo diferente en este punto. Esta la figura del Dottore”, del doctor. Si la gente valora que alguien es bueno en su profesión, le catalogan de doctor. El ejemplo más fácil y conocido por todos, es el del piloto de motos de carreras, Valentino Rossi, es el Dottore. No ha estudiado, no le ha dado la universidad un título de piloto de motocicletas, pero la gente sabe que en lo suyo, es muy bueno,  automáticamente le “conceden” el titulo de Dottore. Yo he visto varios doctorados que me parecieron de risa, hasta que comprobé por qué le “habían concedido” aquel doctorado. En Nápoles, recuerdo que me llevaron a ver a un Dottore. Era en una cafetería, un simpático camarero me pregunto como quería mi café, a mis amigos no hacía falta preguntarles, ya se lo sabía. Nos hizo tres cafés perfectos, cada uno distinto, al gusto personal de cada cliente. Me explicaron que haciendo cafés, aquel hombre era un Dottore. Me quedé encantado con el café que me sirvió, tanto es así, que años después, otra vez en Nápoles, dije de ir a tomar café al Dottore. Recuerdo que entramos, el simpático camarero nos miró, sonrió, levantó la mano a modo de saludo,  al poco rato, teníamos nuestros tres cafés perfectos. No me había preguntado, recordaba el café que le gustaba a un “espagnolo”, que había venido a su establecimiento hacia unos años, y  lo repitió perfecto. En aquel momento comprendí porque era un “Dottore” en lo suyo.

Cualquiera puede ser Dottore, en su profesión, solo tiene que ser bueno y destacar. Conozco a algunos que su satisfacción por que le traten de doctor es máxima, y son mecanicos, o electricistas, o aquel camarero. El trabajo de un buen profesional, da igual de la rama que sea, debería ser valorado por sus conocimientos y forma de emplearlos, más que por los minutos que nos dedica. Esta es mi opinión, por favor, comenta la tuya para ver si coincidimos, o no. Razónala y convénceme.

Muchas gracias por llegar hasta aquí, ya puestos, si puedes y te apetece, comparte enlace de este artículo con los botones de abajo, para conseguir la mayor difusión posible.

Como siempre, desearos lo mejor, nos vemos pronto.

motor

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