Inteligencia en estado puro.

Muchos de los que me conocen me han oído contar esta historia. Cuando eres un niño, pasas pronto de pensar que tus padres lo saben todo, a pensar que el profesor/a es quien “SÍ” que lo sabe todo. Además recibes unas calificaciones que te conceden pronto un cierto estatus, de notable o sobresaliente, por ejemplo. Esto que voy a contar,  me ocurrió cuando yo tenía nueve años. Vivía entonces en Tabarnia, (OJO, no en Cataluña, yo vivía en la zona de Tabarnia, tengamos las cosas claras) y aquel año fuimos a veranear a Almería, como era costumbre, con la familia.

Estábamos aquel día con mis abuelos paternos, en Tabernas,  que puede presumir de un clima único en Europa, ya que es el único sitio con un clima realmente desértico en  este continente. En agosto, que os voy a contar, calor hasta decir basta. Mi abuelo había trabajado de muchas cosas, pero siempre presumía de haber sido un buen pastor. Por aquellos años rondaba, si no superaba ya, los ochenta años, físicamente estaba muy fuerte, a pesar de tener casi siempre un celtas corto en su boca. Para tener un entretenimiento,  tener una obligación o para recordar sus años mozos, seguía cuidando tres o cuatro cabras, le proporcionaban leche para él, regalaba también, pero, sobre todo, le obligaba a dar un buen paseo con sus cabrillas todos los días. Como él no era mucho  de televisión, ni del hogar del jubilado, tenía en sus animales su distracción, que le venía muy bien.

Aquel día, dijo de pasear a sus animales, que si nos íbamos de excursión con él, para nosotros aquello era una aventura de las que contar en el cole el curso siguiente. Por supuesto que nos apuntamos, mi hermano con seis años, yo tenía tres más. Nos prepararon un bocadillo, porque el paseo con mi abuelo comenzaría después del desayuno, pero regresaríamos por la tarde, bien tarde. Rápidamente estábamos en camino, con nuestras cabras fielmente cerca de nosotros, aunque realmente estaban cerca de mi abuelo, pero nos hacía ilusión pensar que nos hacían caso. Dejamos atrás la silueta recortada del castillo de tabernas, entonces totalmente en ruinas. Andamos veredas, caminos, parajes perfectos para nosotros descubrir esto o lo otro. Aquel fue uno de los días que mas pude aprender. Y fueron varias lecciones.

Primera, lo mejor es no tocar.

Lo primero que nos dijo mi abuelo era que si no queríamos tener problemas y sustos, no tocásemos nada. Como es normal y cosas de críos, tardamos poco en estar tocándolo todo,  lo primero que nos gustó fue una piedra bien hermosa, al moverla apareció un hermoso alacrán, realmente bonito y llamativo, sobre todo a los ojos de dos niños pequeños, totalmente urbanitas. Estábamos totalmente absortos en ver aquel animal, con el aguijón bien alto, buscando a quien clavárselo, cuando llegó mi abuelo y de un certero pisotón, se cargó al alacrán, charla de no tocar otra vez, incluidos los peligros de los animales venenosos, como el alacrán, que podían llegar a matarnos, imagínense. Lección aprendida.

Segunda, haz lo que se te dice.

Mi abuelo llevaba sus cabras unas veces por los caminos  y veredas, otras por algún bancal o parcela. Nos dijo que él solo entraba en las tierras de quien le había dado permiso para que las cabrillas se comiesen las pocas hierbas que aparecían por aquellas parcelas. Mi abuelo nos había dicho que si le dejaban entrar con sus cabras, era porque no tocaba nada de nada, por lo que nosotros no debíamos tocar nada. Dijimos que lo habíamos entendido, lo del susto del alacrán no se nos había olvidado. En una de las veces, entramos en un bancal lleno de parras, en un hermoso parral, era agradable estar en una parcela con algo de sombra. Las parras estaban cargadas de uvas, pero nuestro abuelo nos dijo, que ni se nos ocurriera coger una uva. Aprovechamos aquel momento para estar un poco a la sombra, mirándolo todo, pero ya sin tocar nada. Pero claro, pónganse en la mente de unos críos, aquel bancal estaba lleno de parras, todas cargadas con muchas uvas, ¿Quién se iba a dar cuenta de que faltarían dos? Pues nadie. Así que mi hermano se tomo una y yo otra. Puedo asegurar que nos tomamos solo una cada uno, porque estaban verdes, pero muy verdes,  para nuestro gusto muy fuertes, aquello no había quien se lo comiera, tuvimos que tirarlas de la boca. Olvidamos el tema de las uvas y seguimos jugando con las cabrillas, que aprovechaban para no parar de comer. Poco a poco, habíamos empezado por una punta del bancal, y ya las cabras iban a salir por la contraria, cuando tocaba dejar la sombra del parral. Mi abuelo, nos hace salir de allí, y como último gesto coge una uva y se la va a echar a la boca, cuando le digo “No lo hagas abuelo, que están verdes”. Mi abuelo sonrió, me miro fijamente y me dijo “¿Cómo sabes que están verdes? ¿No os dije que no cogierais ninguna?” Se rio de buena gana, entonces nos dijo que nos había dicho que no cogiéramos precisamente porque todavía no estaban bien maduras para comerlas. Pero, de paso, segunda lección.

Tercera, te crees muy listo.

Encontramos una zona con un poco de sombra, mi abuelo nos preguntó si queríamos comer, le dijimos que sí, nos sentamos por allí y dimos buena cuenta de nuestros bocadillos. Entonces comenzamos esta conversación.

  • ¿Qué tal las notas?
  • Muy bien, abuelo, todo sobresaliente. — dije yo.
  • ¡Qué bien! Entonces eres muy listo.
  • ¡Sí! El más listo de la clase.
  • ¡Eso es maravilloso! Entonces me podrás responder a tres preguntas muy sencillas.
  • Claro que sí.
  • Ahí van las tres preguntas, para ver lo listo que eres ¿Qué hora es?, ¿Dónde está el norte? Y por último, ¿qué tiempo va a hacer esta tarde?

Me dejó totalmente parado. No sabía nada de todo aquello, pero el más listo de mi clase, tenía que dar alguna respuesta. De modo que le conteste, con toda la formalidad de mis nueve años.

  • No sé qué hora es, pero como tenía mucha hambre, supongo que serán más de las tres. Yo solo sé por dónde está el norte, si veo cuando amanece, que está el sol al este, o cuando atardece que esta al oeste, a medio día, no puedo ver clara ninguna sombra, no puedo saberlo. Pero el tiempo de esta tarde, ese fijo que lo sé, no hay ninguna nube en el cielo, no hace ningún viento, pues sol y cielo despejado como todos los días.
  • Vamos a ver tu respuestas, que el más listo de tu clase, no ha sabido, y yo, un simple pastor que no fue a la escuela, a lo mejor si sabe.
  • Tú crees que deben ser las tres, porque para ti ha pasado mucho tiempo y tenias más hambre que de costumbre. Pero deben ser la una y cuarto. — En ese momento sacó su reloj de bolsillo, que puedo asegurar que no había salido de donde estaba guardado en toda la mañana. Me lo enseñó y el reloj marcaba entre la una y diez, y la una y cuarto. No me pregunten como acertó, a día de hoy, no lo sé.
  • Abuelo, acertaste con la hora.
  • Sí, pero eso pudo ser suerte. El norte está por allí. Lo sé porque desde esta mañana hemos salido dirección norte, y prácticamente no la hemos variado, como punto de referencia, tomé aquella montaña que se que esta al norte desde nuestra casa, el norte debe estar por allí. — En aquel momento no tenia forma de comprobarlo, pero estoy casi seguro, que no se equivocó.
  • Vale, pero en el tiempo acierto seguro, abuelo. Esta el cielo totalmente limpio, ni una nube.
  • Eso lo hablamos esta noche, porque yo te digo que va a caer una tormenta bien fuerte en pocas horas, de manera que vamos a terminar los bocadillos, y sin parar, para casa.

Un buen rato después llegábamos a casa de mi abuelo, mis padres y mi abuela preguntaban por qué regresábamos tan pronto, mi abuelo solo les dijo que venía una fuerte tormenta de verano. Yo seguía mirando al cielo, y este se veía todo azul. No dije nada, pero estaba seguro de que acertaba por lo menos aquella pregunta de las tres que me hizo. En aquel momento no me extrañó que mis padres o mi abuela no dudaran de la tormenta. De vez en cuando salía a la calle para comprobar el cielo azul. Una hora después, estaba lloviendo lo más grande. Se había presentado una tormenta de verano de las que después dirían que era una gota fría, totalmente inesperada, el cielo azul, de repente era totalmente negro, las nubes descargaron muchísima agua en pocos minutos, había llenado las calles de Tabernas de agua. Poco tiempo después, tan rápido como habían llegado las nubes de la tormenta, se fueron. Mi abuela dijo lo que se solía decir en estos casos, “estas lluvias son para más calor”. Mi abuelo me miraba y sonreía. No quiso hacer leña del árbol caído. Afortunadamente para mí, no contó nuestra aventura con el alacrán, nuestra metedura de pata con las uvas, ni mi fracaso en aquel test de inteligencia.

¿Cómo averiguó mi abuelo la hora?, supongo que atinó por experiencia, repetir muchas veces la misma ruta, el ritmo de las cabras era más o menos parejo, creo que lo acertó basándose  en eso. Después de mi experiencia como topógrafo militar, el norte lo controló mi abuelo como había dicho. El recorría mucho aquella zona y sabia que el norte estaba, más o menos, en la misma dirección de aquella montaña que tenían como referencia. Lo que me ha intrigado muchos años, pero muchos, es como pudo adivinar mi abuelo aquella tormenta de verano, que nadie tenía previsto, ni había llegado aviso alguno de que podía pasar.

Alguno de mis listos lectores ya lo habrá acertado, debo reconocer que a mí me costó muchos años saberlo. Mi abuelo nunca me lo dijo, y puedo asegurar que se lo pregunte muchas veces. Me contestaba siempre lo mismo. “Tú sigue siendo el más listo de tu clase, yo intentaré ser el más listo de los pastores”. Sin yo darme cuenta, en aquella respuesta estaba la solución. Mi abuelo no tenia forma de saber que venía una tormenta tan fuerte, ni tan rápida. Él no, de ninguna manera, pero las cabras que iban con él sí, de alguna forma, su instinto animal les avisaba de que aquella tormenta venia, seguramente mi abuelo se dio cuenta de que las cabras, en lugar de querer seguir avanzando, querían volver a casa, querían tomar camino de vuelta antes de lo que era costumbre. La experiencia de pastor de mi abuelo le hizo saber, que si en lugar de seguir comiendo, las cabras quieren volver a casa, es porque viene mal tiempo. Hoy estoy seguro de que así fue como mi abuelo me dio la mayor y mejor lección de humildad que pude recibir.

Muchas gracias por llegar hasta aquí, ya puestos, si puedes y te apetece, comparte enlace de este articulo con los botones de abajo, para conseguir la mayor difusión posible.

Como siempre, desearos lo mejor, nos vemos pronto.

PD.: Dedicado a todos los abuelos que reparten su sabiduria, y tambien a todos los pastores, por que, sin duda, son mas inteligentes que muchos que se creen dioses.

castillo de tabernas

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